Ángela Hernández: Premio Nacional de
Literatura 2016.
Por Jeannette Miller
Cuando Ángela Hernández me solicitó
que hiciera su presentación en el acto donde recibiría el reconocimiento de
mayor prestigio en el país -el Premio Nacional de Literatura- me sentí
sorprendida y agradecida. Sorprendida porque la escritora tiene de sobra
intelectuales y escritores que con gusto hablarían de ella y de su obra;
agradecida, como siempre, a Dios, que pone en mi camino múltiples
satisfacciones.
Así es, hace catorce años, en el
2002, tuve el honor de presentar a la primera mujer en recibir este galardón,
Hilma Contreras: una grande de las letras dominicanas, maestra del cuento y por
lo tanto, puntal de nuestra literatura;
seis años después, en el 2008, también presenté a la segunda mujer
premiada, María Ugarte, investigadora, crítica y periodista cultural, quien no sólo
apadrinó a grupos literarios como la Generación del 48, sino que nos dejó un
ejemplo de estilo impecable en el manejo del lenguaje que mostraban sus artículos
en el Suplemento Cultural que dirigía; para mí es importante recordar, que al
recibir el premio, estas dos mujeres tenían noventicuatro años. A mí me tocó en
el 2011, y nunca podré expresar el agradecimiento a José Alcántara Almánzar,
por una semblanza que me hizo llorar.
Hoy tengo que hablar de Ángela
Hernández, la cuarta mujer en recibir este preciado galardón; y hablar sobre ella como escritora y como
ser humano, pues abarca tantas facetas, que hay que caminar cuidadosamente a lo
largo de su vida, para proyectar su imagen de manera justa.
Oriunda de Buena Vista, un pueblo de ensueño perteneciente a Jarabacoa, llegó
a Santo Domingo siendo una adolescente y entró a la Universidad Autónoma de Santo Domingo para estudiar Ingeniería Química, mientras,
trabajaba como profesora de primaria. Después de graduarse con honores, fue
catedrática en la UASD durante siete años impartiendo materias
relacionadas a su carrera.
A
la par de un tiempo que avanzaba, Ángela aumentaba su ritmo de trabajo que
incluyó, entre otras cosas, actuar
como corresponsal en el país de Fempress,
Interpress Service, y SEMlac, para quienes cubrió la Cumbre Mundial de Derechos
Humanos en Viena (1992), y la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer en Beijing (1995); laborar en
importantes organismos internacionales; organizar concursos con el tema de la pobreza; impartir cursos de creatividad literaria; asistir
a congresos; publicar ensayos nodales sobre la mujer dominicana y dirigir la revista literaria Xinesquema.
En la actualidad, es Miembro
Correspondiente de la Academia Dominicana de la Lengua, y funge como editora de
publicaciones en la Fundación Juan Bosch.
En
medio de ese tumulto de ocupaciones, mantenía un permanente nexo familiar como
hija, como hermana, como madre, como abuela… sin dejar su solidaridad con el
prójimo, cualidades que han actuado como el soporte de su vida.
Ángela Hernández se inicia en las letras a mediados de los años de 1980.
Poesía, cuento, novela, ensayo, fotografía, y hasta pintura, le han permitido
explayar su creatividad en distintos campos y de maneras diferentes.
Sus ensayos y poemas han merecido premios y reconocimientos aquí y en el
extranjero. En los primeros, el rigor y un interés por lograr una visión
totalizante, veraz, y, por eso, muchas veces distinta, la garantizan como una desenterradora
de personajes y datos no difundidos, que inmersos en el olvido -algunos por el pecado
de género- no habían salido a la luz con anterioridad.
En ese sentido, José Alcántara Almánzar subraya: “Ella reúne las raras cualidades de la mujer
encantadora, siempre optimista y de trato afable, y de la escritora que ha
venido realizando una incesante labor literaria desde sus inicios, abriendo un
surco profundo en los estudios de la mujer, con diversos ensayos que podemos
considerar esenciales para comprender esa denodada lucha por los derechos de
igualdad de género, una encarnizada batalla de la que estamos hoy más
necesitados que nunca, ante las atroces historias que a diario ensombrecen las
páginas de los periódicos nacionales.” 1
Su poesía, dueña de un ritmo que unifica las abstracciones, lleva al
extremo su percepción del mundo, su vida interior, su fe… en celebraciones y
sepelios que tejen alegrías y tristezas salvadas por la belleza. El manejo de
audiciones y perspectivas visuales son destruidas por la escritora para
recomponerlas en un acto de libertad creativa que lleva su sello.
Oigamos un fragmento de su poema
Cálculo, dicha del rostro varado
en subconciencia:
“Dios madre y padre es
Madre y padre el eslabón con Dios
Él me contempla desde cada cambio
En el amante me refunda
En bosque y biblioteca me susurra un
término inconcluso.
Dios. La savia. El amante. Esa su
mano.
Yo la extiendo en mi hija. En mi
hijo.
A su oído murmuro lo escuchado…
La permanencia de una fe que alcanza los bordes del misticismo, emerge
en muchos de sus poemas, tratando de dar respuestas nuevas a las viejas
preguntas.
Sin embargo, de todos los renglones en que la escritora ha incursionado,
la narrativa corta, resulta ser el aspecto más difundido de su obra.
Sus cuentos aparecen en innumerables antologías traducidos al inglés,
francés, italiano, islandés, bengalí y noruego, y han obtenido comentarios de importantes críticos, antólogos y escritores
tanto nacionales como extranjeros.
El escritor y crítico chileno, Fernando
Burgos, afirma en su libro Los escritores y la creación Hispanoamericana: ”En todas las publicaciones de Ángela Hernández se puede apreciar un
extraordinario dominio de las técnicas narrativas del cuento, así como el
señalamiento de nuevos senderos para la narración breve, particularmente en lo
que respecta a su exquisita creatividad en los niveles metafóricos del cuento,
y el sofisticado trabajo de la imagen, entendida ésta como una especie de red
textual.” 2
Cuando yo leí el cuento Masticar una rosa,
me atraparon planos y situaciones que mezclaban la sobrevivencia diaria
con el universo interno de una niña-mujer, que siendo personaje y narradora brindaba los
detalles de su realidad en una cotidianidad poética:
“Mis ojos todavía eran
verdes. En la boca, en vez de dientes, tenía ventanitas. La gente se lamentaba
viéndome trabajar. –Tan pequeña, metida en una cocina, un día de éstos se va a quemar-.
Pero yo era dichosa en la alquimia compleja de la ristra de ajo, los granos
de habichuela ablandándose, las mezclas olorosas de las naranjas agrias con los
ajíes picantes, las transformaciones que seguían a mis juegos.
En mis ojos, desollados por la humareda de palos tiernos que ardían en el fogón, había alegría. El
lugar tenía brechas y ventanas, un mundo fresco oliendo a peras maduras y bosque entraba por
ellas. El presente equivalía a lo que abarcaran mi corazón y mis miradas…”
Si, es su narrativa larga o corta, el riesgo mayor
al que Ángela apuesta.
Su primera novela, Mudanza de los
sentidos, resulta hoy un texto inaplazable para conocer la narrativa
nacional.
En un poco más de cien páginas Ángela Hernández logra comunicar el traslado
de una familia de pueblo a la Capital, con todos los choques de valores y de
cambios que esto conlleva. Cada personaje es un arquetipo de temperamentos y
formas de ver la vida; cada capítulo, un acercamiento a la gran mentira que
resulta ser la ciudad.
Oigamos: “…nos condujo al interior de la pieza, sin
darnos chance para reparar en lo angosto del lugar, separado de otras piezas
por planchas de cartón piedra… Nuestros trastos no cabían, por lo que se dejaron afuera los
soportes de las camas… Los colchones fueron acomodados en la salita… En la mañana se amontonarían de manera
que ocuparan el menor espacio posible. En el único aposento, entre la sala y la
cocina, dormirían Beba y Demetrio Alonso. Podían escucharse claramente los
movimientos y conversaciones que tenían lugar en las piezas contiguas...”
En el libro Piedra de Sacrificio
el nivel de la prosa es pura poesía, capacidad de síntesis apoyada en situaciones que sólo son
dadas de manera visual, como en este fragmento del cuento Vera
Efigies.
“A la entrada
había lirios./ Un rombo anaranjado protegía la puerta./Más adelante quedaba a
la vista un corredor. / Yendo por él
se accedía rápidamente a la escalera./ A cada peldaño sobresalían
cristales rojos y azules que iban cobrando luminosidad./ Más arriba había un
ventanal. /El horizonte lo cortaba a la mitad./Al pie del mismo se hallaba la
cama. /En la almohada reposaba la cabeza de una mujer, cuyos ojos estaban
echados hacia el mar. /¿Qué pensaba tan quieta?”
Y así, podríamos seguir citando con la memoria
atiborrada de buena literatura, teniendo que prescindir, por las reglas del
tiempo, de muchos de sus mejores textos.
Los escritos de Ángela Hernández parten
de una conciencia iluminada que va cortando y penetrando la bruma hasta que
todo alcanza su equilibrio.
Es innegable que su niñez y su
primera juventud han marcado su obra con una visión telúrica y poética que está
presente hasta en los momentos más duros de su narrativa. Ángela es dueña de
vivencias irrepetibles e imborrables donde luces y sombras se entremezclan
pobladas de luciérnagas y animales microscópicos, de soplos de viento, del
ruido de las hojas, de visiones y apariciones que forman un universo que sólo le pertenece a ella, logrando
niveles descriptivos, que, a excepción de Marcio Veloz Magiollo, es difícil
encontrar en nuestras letras.
Estas cualidades descriptivas no
olvidan los hechos, la narración de situaciones dramáticas, injustas, abusivas,
pero también bellas y hasta risibles, que siempre construyen una salida hacia
la esperanza a través de un hilo conductor donde la lógica zigzagueante te sorprende.
Conocedora de los cuentos insólitos,
equilibradamente perfectos de Hilma Contreras, y del golpeo preciso de situaciones irreversibles sostenidas
por un diálogo magistral en la cuentística de Juan Bosch, los textos de Ángela
Hernández crean un referente distinto, donde la simultaneidad de una realidad percibida de múltiples maneras se va edificando en un tiempo y un espacio que se trasponen a su antojo, permitiendo al
lector experimentar situaciones sugeridas, que realmente se sustentan en su imaginación.
¿Qué hay más que eso? ¿Qué es en definitiva la vida? ¿La
permanente angustia de las interpretaciones de la conciencia? ¿Las
elucubraciones tortuosas que mortifican al ser? ¿ O el descanso en la inmersión
del todo que nos contiene, para ser nosotros mismos en un tiempo que no existe?
En Leona o la fiera vida, su
última novela, continúa la saga que parte de Masticar una rosa y que había seguido en Mudanza de los sentidos. Al igual que en una película de Passolini,
el lector ve desfilar los echadías que cojean, los pequeños comerciantes que
van de puerta en puerta y a los que les faltan dientes, el maestro de escuela
dictatorial, la yegua llamada Batalla, el guardia amenazante, el rico
engreído… pero, sobre todo, las mujeres; dueñas y verdaderas protagonistas. Mujeres viudas, mujeres engañadas, mujeres abandonadas, mujeres pobres,
desarrapadas... que entretejen lazos de atraccción y rechazo, donde no importa
que una sea chismosa, agresiva o puta para contar con la solidaridad de las
otras, en los momentos cruciales de su vida.
Son tantos los personajes y tan diversas y mágicas las situaciones, que
a veces el nombre de la persona no importa, sino el hecho; esos hechos que
surgen de la más simple cotidianidad, para convertirse en ejemplos de un drama
conmovedor, como el intento de violación a Leona por parte de su cuñado; o el
final feliz de un cuento de hadas, cuando encuentran las tres monedas de oro
que dejó Enmanuel enterradas, por si moría, cuando viajó enfermo a la capital.
La belleza de la pobreza, ese placer
de deshojar una florecilla del camino para olerla, jugar con piedrecitas, hacer
figurillas de lodo, saborear un té de jenjibre al atardecer, hablar con el
animal de carga como con un familiar, son referencias de un existir que es
realidad de muchos en medio del río permanente de la vida que arrastra, que vadea y se devuelve, que retoma su curso,
como si las manos de la escritora fueran guiadas por Heráclito.
Desde el más pequeño de los insectos, hasta la escala apabullante de
árboles enormes y tupidos el ambiente te envuelve en un
viaje retrospectivo, donde no sólo nuestra historia reciente, sino las huellas
de “lo inicial”, se evidencian.
Al final de la novela, Ángela-Leona,
Leona-Ángela confirma esa lucha feroz que hay que
llenar cada día en un país paraíso, contradictoriamente lleno de injusticias y
desigualdades.
“Por alguna razón nací al mismo
tiempo que Batalla. Por alguna razón fortalecí mis huesos escalando pendientes
y vadeando ríos. Por alguna razón aprendí la pauta del equilibrio cargando
cientos, miles de bidones de agua sobre mi cabeza erguida. Por alguna razón mi
mente mantenía el control en los momentos de peligro, hasta sortearlos… Por
alguna razón poseía ojos alagartiados y nombre de fiera. Por alguna razón el
agua del amor humedecía constante mi alma rebelde…”
Trabajadora permanente, con un
espíritu creativo que aborda múltiples géneros a través de una dinámica que no
para, yo celebro con admiración y alegría este Premio Nacional de Literatura
que hoy se le otorga a Ángela Hernández, gracias a la solidaridad de la
Fundación Corripio, conjuntamente con el Ministerio de Cultura.
Calibrando su vida y su obra con la mirada tranquila
que me ha concedido Dios, después de purificar mi mente y mi lengua con
carbones encendidos, llego a la conclusión de que Ángela Hernández es un ser
humano lleno de cualidades, una gran escritora, que armada de mansedumbre y valentía, ha sabido vadear situaciones de
injusticia con grandes momentos de felicidad, llevada de la mano por su fe en
la vida, en los sueños, en la luz del Altísimo… portando en su diestra la lámpara de la verdad, esa lámpara
que la ayuda cada día a descubrir
quién es ella, su vocación, su don… para ejercerlo en agradecimiento y humildad,
tratando de alcanzar la perfección: esa perfección que nunca se consigue, pero
que nos ayuda a vivir en plenitud.
Santo Domingo, 16 de febrero de 2016
1 Alcántara Almánzar, José. Presentación del libro Leona
o la fiera Vida en la Fundación Corripio, 6 de diciembre de 2013.
2 Burgos, Fernando. Los escritores y la creación Hispanoamericana. Editorial
Castalia. Madrid. 2004.
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