domingo, 18 de marzo de 2018


Oración por el agua

Yo te pido, Señor,
por el río mermado
por el terrón reseco
por el surco que espera la semilla
por el hombre que vive del agua y de la tierra
por los animales que pacen y que beben
por el verde que embalsama el espíritu.
Yo te pido, Señor,
por la lluvia que rellena los cauces
por los torrentes que mojan y consuelan
por las hojas que repones sobre los claros y las hondonadas
por las nubes que pintan de gris el firmamento
para que luego nazca el arcoiris,
Yo te pido, Señor,
por las pequeñas flores que colorean la vida,
por el fruto que nos trae el alimento
por los niños que todavía no han nacido
por el Espíritu que nos fortalece
por el agua del alma.
Yo te pido, Señor,
por el silencio
por esa paz iluminada
por el ruido del viento,
por el golpe del canto
por este templo verde que has edificado
como un regalo al hombre.
Yo te pido, Señor,
desde mi alma contrita
desde mi pequeño y encendido corazón
de rodillas en el centro de mí misma
doblegada ante tu inmenso amor
recogida dentro de mí
siendo contigo.

Jeannette Miller

viernes, 3 de febrero de 2017

Julieta Otero Damirón. "...mezcla de diosa, de ave y de mujer." (1)



Julieta Otero Damirón. Cantante lírica, soprano coloratura, nació en Santo Domingo, República Dominicana, el 19 de diciembre de 1809. Hija de Salvador Otero Nolasco y de Silveria Damirón Guerrero de Otero, su padre fue un importante jurista dominicano.
A los dieciséis años, el maestro José  de Jesús Ravelo -don Chuchú- la oyó cantar y a partir de entonces se convirtió en su mentor llegando a escribir piezas para la tesitura de su voz.
Se presentó  en los más importantes teatros del país, pero especilmente en las iglesias católicas donde interpretaba música sacra. Intelectuales, poetas y personalidades del mundo político y social de la décadas de 1910-1920, (Francisco Ulises Espaillat, Rafael Estrella Ureña, Emilio Prud-Home, Eugenio Deschamps, Federico Bermúdez, Apolinar Perdomo, Ramón Emilio Jiménez, Mercedes Mota, Germán Ornes y muchos más) llenaron las páginas de los más importantes periódicos y revistas de la época, ponderando su voz y formando, además, la Sociedad Pro-Julieta (1917), que se proponía enviarla a realizar estudios de canto en la Scala de Milán.
Sobre ella escribió la historiadora y periodista domínico-española María Ugarte:
La llamaban la Alondra y la Patti dominicana. La aclamaban en el teatro y los elogios a su voz llenaban columnas de revistas y periódicos. Cuando aparecia en el escenario, su porte impresio­nante y su simpatia natural creaban un ambiente de admiracion y de entusiasmo.
Surgio en el año 1915 como una revelación y una pro­mesa. En 1917 su nombre era sinónimo de triunfo. Ju­lieta Otero había deslumbrado con su espléndida voz de soprano coloratura a todos los amantes de la buena música.
Fue aquí, en la capital de la República, donde se dio a conocer y fue en muchas de las principales ciudades del país donde sus actuaciones sacudian la sensibilidad de los espectadores con la interpretación de las arias de su abundante repertorio. Todos los dominicanos se sentian orgullosos de la diva.
Si se hubiera podido proyectar al exterior, si hubiera seguido estudios avanzados de canto en conservatorios europeos, su nombre, posiblemente, hubiera figurado en las grandes salas de conciertos del mundo, porque la calidad de su voz y sus aptitudes naturales se pres­taban a ello.
Cuando era niña vivía con su familia en la calle Ar­zobispo Nouel, entre la Hostos y la Duarte. Como la Iglesia del entonces ex-convento dominico le quedaba muy cerca de su hogar, acostumbraba ir al templo para escuchar los cantos en las ceremonias religiosas, es­pecialmente en las misas de difuntos. La voz de mon­señor, Eliseo Pérez sanchez, a la sazón un simple
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clerigo, Ie fascinaba. Y cuando la chiquilla regresaba a su casa, se encaramaba en una vieja tinaja espanola que había en el patio y desde alli repetia las fúnebres melodías recién escuchadas. Su madre le decia que aquellos cantos "azaraban".
Tenía más o menos 15 ó 16 anos cuando en esta ciu­dad se formó un grupo teatral integrado por Salvador Paradas, Salvador Sturla, Miguel Sanz y Porfirio He­rrera, entre otros que, quizas se olviden.
Alguien sugirió que se invitara a Julieta a parlicipar en la compania y Salvador Sturla preguntó: "¿Tiene acaso aptitudes?".
Y a modo de prueba, cantó la joven un número de la zarzuela "Puñao de rosas" y Salvador Paradas ex­clamó asombrado:
"¡De cualquier ladrillo se saca manteca!".
(Contaba doña Julieta, un año antes de morir, todos estas experiencias con un dejo de nostalgia no exento de cierto orgullo. Y su memoria, sin gran esfuerzo, se trasladaba a muchas décadas atras de su existencia).
Ante aquella demostración de su capacidad como can­tante, la incorporaron a una compania de aficionados que montó la obra Grito de Lares, de autor puertorri­queño.
Un día, don Vicente Ortiz y el señor Dopico idearon organizar en el Teatro Colón una velada a beneficio de . la Cruz Roja de los paises aliados. Corría el año de 1915 y en Europa se desarrollaba la Primera Guerra Mundial.
Pidieron entonces a Julieta que cantara en la funcion benéfica y ella, temblando, contestó:
"Esta bien,. siempre y cuando el maestro Ravelo y su orquesta me acompañen".
Todavia al cabo de más de 60 años consideraba doña Julieta que aquello habia sido un atrevimiento de su parte, porque el maestro Ravelo era la mayor autori­dad musical de la época y ella apenas tenia 17 anos.
Enterado el maestro José de J. Ravelo, don Chuchú, de la exigencia formulada por la mucbacha, se presentó a los dos dias en su casa y Ie dijo al padre de Julieta, el abogado Salvador Otero Nolasco, que venía comisio­nado por Ortiz y Dopico para oír cantar a su hija, Y preguntó a ésta:
"¿Qué vas a cantar?"
Y al contestar ella que la romanza de la opera Anillo de Hierro, el maestro hizo una mueca con la boca como si pensara que aquello resultaba demasiado, porque Ju­lieta, debemos recordarlo, no sabía ni una nota musical.
Pero cuando la muchacha terminó, Ravelo, entusias­mado, dijo:
"La voy a dedicar al canto" .
Y para iniciarla, Ie llevó una colección de óperas. Cantó Julieta a dúo en el Teatro Colón con Salvador.
Sturla; y en el Listín Diario, un cronista que firmaba XX dijo que la joven habia obtenido "un triunfo colo­sal" .
A partir de los meses finales de 1915, la prensa co­menzó a dedicarle elogiosas criticas en el estilo den­samente adjetivado de la época. Julieta guardaba en sus viejos recuerdoa algunos recortes de aquellos co­mentarios escritos en la forma ampulosa de la prosa periodística de comienzos de siglo.
Vale la pena reproducir algunos. Un cronista decía en 1915 al reseñar una presentacion de Julieta en el Li­ceo Musical:
"La voz de Julieta Otero, el divino acento de Julieta, puro, armónico, intenso, con un soberano dominio de las reconditeces de la melodía, con una exquisita intui­cion ... "
Y el 17 de noviembre de 1916, Jacinto Silvestre (seudó­nimo de Juan Salvador Durán) escribía en el Listin Dia­rio al comentar una velada que tuvo efecto en la casa del maestro Ravelo, donde cantó Julieta, sin cansarse, seis numeros seguidos:
"Voz sonora, dulce, angelical, suave y facil, vocali­zacion clara y registro completo, desde los graves y sonoros como arrullos de tórtola, hasta los agudos en que se confunden la fIauta y el ruiseñor".
Voz cálida y potente
Hace ya varios años, el musicólogo Julio Ravelo, hijo del maestro José de Jesús Ravelo, quien fuera maes­tro y mentor de Julieta Otero, nos ofrecia con palabras menos poeticas, pero más precisas, detalles sobre la voz y condiciones musicales de la diva:
"Cálida, potente, con gran facilidad para el registro agudo. Como artista Julieta era sumamente inteligente y aprendía con asombrosa rapidez las obras. Tenía afi­nación perfecta y ritmo muy ajustado. Su extraordi­naria memoria Ie permitia disponer de un vasto repertorio y cantaba arias muy dificiles, como por ejemplo Una voce poco fa, del Barbero de Sevilla, de Ros­sini; Caro nome, de Rigoletto; el aria de la locura de Ofelia, de la opera Lucia de Lammermoor; y un aria que, por sus dificultades, casi ninguna soprano canta: la de la locura de la opera Hamlet, de Ambroise Tho­mas".
También don Julio Ravelo nos describió en aquella ocasión el aspecto fisico y el temperamento de Julieta en los años de juventud:
"Era una mujer muy buena moza, alta, de buena pre­sencia, de figura más bien llena, de temperamento jo­vial, sencilla y simpática, y muy serena ante el público" .
Esto de la serenidad fue una cualidad muy acentuada que Ie ayudó enormemente en su carrera artistica Gira en 1917
Julieta Otero se convirtió muy pronto en ídolo de su pueblo. Los inicios de 1917 son de prueba y de triunfo. En febrero canta con Miguel Larrea, llamado el Caruso mexicano.
En abril habría de cantar en varios conciertos con el baritono español Marino Anieto. En ese mismo mes, Arturo J. Pellerano y Federico Llaverías proponen or­ganizar una velada a beneficio de Julieta para enviarla a estudiar canto a Milan. La función tuvo efecto en el Teatro Colón el 9 de mayo de 1917. La presentación es­tuvo a cargo de Manuel Arturo Machado y Ramón Emi­dio Jiménez. La homenajeada, vestida de blanco y acompañada del maestro Ravelo y su octeto, canto va­rias arias que un público delirante coronó con repetidos aplausos. -,
Se organizó a seguidas una "tournee" con el mismo propósito de allegar fondos para enviar a Julieta a un conservatorio europeo. San Pedro de Macorís, Puerto Plata, Santiago, Moca, La Vega y San Francisco de Ma­corís recibieron con júbilo la visita de la embajada artís­tica en la que la soprano estuvo acompañada del maestro Ravelo y su octeto.
Todos los órganos de prensa de las provincias en que Julieta Otero se presentó, Ie dedicaron artículos car­gados de elogios, en el estilo romántico de la época.
No fue dificil reunir la suma necesaria para finan­ciar los estudios de Julieta en el continente europeo. Monseñor Nouel y el Ayuntamiento de Santo Domingo Ie ofrecieron becas. La solidaridad de todos los domi­nicanos la recordaba doña Julieta con emocion en los últimos años de su vida.
Carrera tronchada
Todo estaba dispuesto y preparado para lIegar a la meta anhelada. Pero cuando hubo que dar el paso fi­nal, su padre, muy chapado a la antigua, decidió que Julieta sólo podría irse a !talia, el país elegido, si la acompañaba durante su permanencia alli,la totalidad de la familia. jY eran, nada más y nada menos, que nueve hijos! Está de más decir que los medios dispo­nibles para sufragar los gastos serían más que insuficientes para mantener a todos, Y asi, la carrera artistica de la Patti dominicana quedaba tronchada ...
Vida privada
Casó ,Julieta en primeras nupcias con un norteame­ricano de nombre Joseph Hamilton Miller, de quien tuvo dos hijos: Freddy y Alvin. EI primero fue el padre de nuestra escritora y critica de arte Jeannette Miller, a quien doña Julieta crio como una hija. Jeannette siente veneracion y un carino profundo por aquella excepcio­nal mujer junto a la cual vivio durante muchos anos.
Al divorciarse de Miller, la diva se fue a Nueva York a estudiar canto. Alli su voz causó tal impresión que un destacado profesor de aquella ciudad Ie ofreció pre­pararla sin cobrarle un centavo. Pola Negri y Rodolfo Valentino la oyeron cantar y elogiaron su arte. Pero estaba de Dios que no lIegaría a ser lo que, por su voz 'y sus condiciones artísticas, hubiera podido alcanzar. Uno de sus hijos enfermó en Santo Domingo y ella, re­gresó al país. No quiso volver a Nueva York.
EI 18 de enero de 1926, contrajo matrimonio con el militar Fernando A. Sánchez, quien luego fue ascen­dido a general. Sus presentaciones publicas a partir de entonces fueron esporádicas y se limitaron a concier­tos en el Club Unión y en funciones religiosas.
Poco antes de morir, doña Julieta conservaba todavía, bastante de su voz de soprano, aunque, como es lógico, sin los mismos registros del pasado. La alta presión arterial la impedía, sin embargo, dedicarse, incluso en la intimidad de su hogar, a lo que para ella fue, en un momento dado, la gran razón de su vida. Pero guar­daba cuidadosamente en su álbum, como un tesoro, las composiciones poéticas a ella dedicadas por los más destacados escritores de la época de juventud: Juan Bautista Lamarche, Ramón Emilio Jiménez, Federico Bermúdez y Apolinar Perdomo.
En el mes de agosto de 1980, Julieta Otero, la Alon­dra dominicana, entregaba su alma a Dios, muy leja­nos ya los años en que lIegó a ser el ídolo indiscutible de su pueblo.”(2)

1 Germán Ornes. A Julieta Otero. Puerto Plata, República Dominicana. Agosto de 1917
2 María Ugarte, Julieta Otero, la Patti dominicana.Suplemento del periódico El Caribe, 18 de abril de 1998. Página 4. Santo Domingo, República Dominicana

miércoles, 25 de enero de 2017


Julieta Otero Damirón. "...mezcla de diosa, de ave y de mujer." (1)


Julieta Otero Damirón. Cantante lírica, soprano coloratura, nació en Santo Domingo, República Dominicana, el 19 de diciembre de 1809. Hija de Salvador Otero Nolasco y de Silveria Damirón Guerrero de Otero, su padre fue un importante jurista dominicano.
A los dieciséis años, el maestro José  de Jesús Ravelo -don Chuchú- la oyó cantar y a partir de entonces se convirtió en su mentor llegando a escribir piezas para la tesitura de su voz.
Se presentó  en los más importantes teatros del país, pero especilmente en las iglesias católicas donde interpretaba música sacra. Intelectuales, poetas y personalidades del mundo político y social de la décadas de 1910-1920, (Francisco Ulises Espaillat, Rafael Estrella Ureña, Emilio Prud-Home, Eugenio Deschamps, Federico Bermúdez, Apolinar Perdomo, Ramón Emilio Jiménez, Mercedes Mota, Germán Ornes y muchos más) llenaron las páginas de los más importantes periódicos y revistas de la época, ponderando su voz y formando, además, la Sociedad Pro-Julieta (1917), que se proponía enviarla a realizar estudios de canto en la Scala de Milán.
Sobre ella escribió la historiadora y periodista domínico-española María Ugarte:
La llamaban la Alondra y la Patti dominicana. La aclamaban en el teatro y los elogios a su voz llenaban columnas de revistas y periódicos. Cuando aparecia en el escenario, su porte impresio­nante y su simpatia natural creaban un ambiente de admiracion y de entusiasmo.
Surgio en el año 1915 como una revelación y una pro­mesa. En 1917 su nombre era sinónimo de triunfo. Ju­lieta Otero había deslumbrado con su espléndida voz de soprano coloratura a todos los amantes de la buena música.
Fue aquí, en la capital de la República, donde se dio a conocer y fue en muchas de las principales ciudades del país donde sus actuaciones sacudian la sensibilidad de los espectadores con la interpretación de las arias de su abundante repertorio. Todos los dominicanos se sentian orgullosos de la diva.
Si se hubiera podido proyectar al exterior, si hubiera seguido estudios avanzados de canto en conservatorios europeos, su nombre, posiblemente, hubiera figurado en las grandes salas de conciertos del mundo, porque la calidad de su voz y sus aptitudes naturales se pres­taban a ello.
Cuando era niña vivía con su familia en la calle Ar­zobispo Nouel, entre la Hostos y la Duarte. Como la Iglesia del entonces ex-convento dominico le quedaba muy cerca de su hogar, acostumbraba ir al templo para escuchar los cantos en las ceremonias religiosas, es­pecialmente en las misas de difuntos. La voz de mon­señor, Eliseo Pérez sanchez, a la sazón un simple
AppleMark
clerigo, Ie fascinaba. Y cuando la chiquilla regresaba a su casa, se encaramaba en una vieja tinaja espanola que había en el patio y desde alli repetia las fúnebres melodías recién escuchadas. Su madre le decia que aquellos cantos "azaraban".
Tenía más o menos 15 ó 16 anos cuando en esta ciu­dad se formó un grupo teatral integrado por Salvador Paradas, Salvador Sturla, Miguel Sanz y Porfirio He­rrera, entre otros que, quizas se olviden.
Alguien sugirió que se invitara a Julieta a parlicipar en la compania y Salvador Sturla preguntó: "¿Tiene acaso aptitudes?".
Y a modo de prueba, cantó la joven un número de la zarzuela "Puñao de rosas" y Salvador Paradas ex­clamó asombrado:
"¡De cualquier ladrillo se saca manteca!".
(Contaba doña Julieta, un año antes de morir, todos estas experiencias con un dejo de nostalgia no exento de cierto orgullo. Y su memoria, sin gran esfuerzo, se trasladaba a muchas décadas atras de su existencia).
Ante aquella demostración de su capacidad como can­tante, la incorporaron a una compania de aficionados que montó la obra Grito de Lares, de autor puertorri­queño.
Un día, don Vicente Ortiz y el señor Dopico idearon organizar en el Teatro Colón una velada a beneficio de . la Cruz Roja de los paises aliados. Corría el año de 1915 y en Europa se desarrollaba la Primera Guerra Mundial.
Pidieron entonces a Julieta que cantara en la funcion benéfica y ella, temblando, contestó:
"Esta bien,. siempre y cuando el maestro Ravelo y su orquesta me acompañen".
Todavia al cabo de más de 60 años consideraba doña Julieta que aquello habia sido un atrevimiento de su parte, porque el maestro Ravelo era la mayor autori­dad musical de la época y ella apenas tenia 17 anos.
Enterado el maestro José de J. Ravelo, don Chuchú, de la exigencia formulada por la mucbacha, se presentó a los dos dias en su casa y Ie dijo al padre de Julieta, el abogado Salvador Otero Nolasco, que venía comisio­nado por Ortiz y Dopico para oír cantar a su hija, Y preguntó a ésta:
"¿Qué vas a cantar?"
Y al contestar ella que la romanza de la opera Anillo de Hierro, el maestro hizo una mueca con la boca como si pensara que aquello resultaba demasiado, porque Ju­lieta, debemos recordarlo, no sabía ni una nota musical.
Pero cuando la muchacha terminó, Ravelo, entusias­mado, dijo:
"La voy a dedicar al canto" .
Y para iniciarla, Ie llevó una colección de óperas. Cantó Julieta a dúo en el Teatro Colón con Salvador.
Sturla; y en el Listín Diario, un cronista que firmaba XX dijo que la joven habia obtenido "un triunfo colo­sal" .
A partir de los meses finales de 1915, la prensa co­menzó a dedicarle elogiosas criticas en el estilo den­samente adjetivado de la época. Julieta guardaba en sus viejos recuerdoa algunos recortes de aquellos co­mentarios escritos en la forma ampulosa de la prosa periodística de comienzos de siglo.
Vale la pena reproducir algunos. Un cronista decía en 1915 al reseñar una presentacion de Julieta en el Li­ceo Musical:
"La voz de Julieta Otero, el divino acento de Julieta, puro, armónico, intenso, con un soberano dominio de las reconditeces de la melodía, con una exquisita intui­cion ... "
Y el 17 de noviembre de 1916, Jacinto Silvestre (seudó­nimo de Juan Salvador Durán) escribía en el Listin Dia­rio al comentar una velada que tuvo efecto en la casa del maestro Ravelo, donde cantó Julieta, sin cansarse, seis numeros seguidos:
"Voz sonora, dulce, angelical, suave y facil, vocali­zacion clara y registro completo, desde los graves y sonoros como arrullos de tórtola, hasta los agudos en que se confunden la fIauta y el ruiseñor".
Voz cálida y potente
Hace ya varios años, el musicólogo Julio Ravelo, hijo del maestro José de Jesús Ravelo, quien fuera maes­tro y mentor de Julieta Otero, nos ofrecia con palabras menos poeticas, pero más precisas, detalles sobre la voz y condiciones musicales de la diva:
"Cálida, potente, con gran facilidad para el registro agudo. Como artista Julieta era sumamente inteligente y aprendía con asombrosa rapidez las obras. Tenía afi­nación perfecta y ritmo muy ajustado. Su extraordi­naria memoria Ie permitia disponer de un vasto repertorio y cantaba arias muy dificiles, como por ejemplo Una voce poco fa, del Barbero de Sevilla, de Ros­sini; Caro nome, de Rigoletto; el aria de la locura de Ofelia, de la opera Lucia de Lammermoor; y un aria que, por sus dificultades, casi ninguna soprano canta: la de la locura de la opera Hamlet, de Ambroise Tho­mas".
También don Julio Ravelo nos describió en aquella ocasión el aspecto fisico y el temperamento de Julieta en los años de juventud:
"Era una mujer muy buena moza, alta, de buena pre­sencia, de figura más bien llena, de temperamento jo­vial, sencilla y simpática, y muy serena ante el público" .
Esto de la serenidad fue una cualidad muy acentuada que Ie ayudó enormemente en su carrera artistica Gira en 1917
Julieta Otero se convirtió muy pronto en ídolo de su pueblo. Los inicios de 1917 son de prueba y de triunfo. En febrero canta con Miguel Larrea, llamado el Caruso mexicano.
En abril habría de cantar en varios conciertos con el baritono español Marino Anieto. En ese mismo mes, Arturo J. Pellerano y Federico Llaverías proponen or­ganizar una velada a beneficio de Julieta para enviarla  a estudiar canto a Milan. La función tuvo efecto en el Teatro Colón el 9 de mayo de 1917. La presentación es­tuvo a cargo de Manuel Arturo Machado y Ramón Emi­dio Jiménez. La homenajeada, vestida de blanco y acompañada del maestro Ravelo y su octeto, canto va­rias arias que un público delirante coronó con repetidos aplausos. -,
Se organizó a seguidas una "tournee" con el mismo propósito de allegar fondos para enviar a Julieta a un conservatorio europeo. San Pedro de Macorís, Puerto Plata, Santiago, Moca, La Vega y San Francisco de Ma­corís recibieron con júbilo la visita de la embajada artís­tica en la que la soprano estuvo acompañada del maestro Ravelo y su octeto.
Todos los órganos de prensa de las provincias en que Julieta Otero se presentó, Ie dedicaron artículos car­gados de elogios, en el estilo romántico de la época.
No fue dificil reunir la suma necesaria para finan­ciar los estudios de Julieta en el continente europeo. Monseñor Nouel y el Ayuntamiento de Santo Domingo Ie ofrecieron becas. La solidaridad de todos los domi­nicanos la recordaba doña Julieta con emocion en los últimos años de su vida.
Carrera tronchada
Todo estaba dispuesto y preparado para lIegar a la meta anhelada. Pero cuando hubo que dar el paso fi­nal, su padre, muy chapado a la antigua, decidió que Julieta sólo podría irse a !talia, el país elegido, si la acompañaba durante su permanencia alli,la totalidad de la familia. jY eran, nada más y nada menos, que nueve hijos! Está de más decir que los medios dispo­nibles para sufragar los gastos serían más que insuficientes para mantener a todos, Y asi, la carrera artistica de la Patti dominicana quedaba tronchada ...
Vida privada
Casó ,Julieta en primeras nupcias con un norteame­ricano de nombre Joseph Hamilton Miller, de quien tuvo dos hijos: Freddy y Alvin. EI primero fue el padre de nuestra escritora y critica de arte Jeannette Miller, a quien doña Julieta crio como una hija. Jeannette siente veneracion y un carino profundo por aquella excepcio­nal mujer junto a la cual vivio durante muchos anos.
Al divorciarse de Miller, la diva se fue a Nueva York a estudiar canto. Alli su voz causó tal impresión que un destacado profesor de aquella ciudad Ie ofreció pre­pararla sin cobrarle un centavo. Pola Negri y Rodolfo Valentino la oyeron cantar y elogiaron su arte. Pero estaba de Dios que no lIegaría a ser lo que, por su voz 'y sus condiciones artísticas, hubiera podido alcanzar. Uno de sus hijos enfermó en Santo Domingo y ella, re­gresó al país. No quiso volver a Nueva York.
EI 18 de enero de 1926, contrajo matrimonio con el militar Fernando A. Sánchez, quien luego fue ascen­dido a general. Sus presentaciones publicas a partir de entonces fueron esporádicas y se limitaron a concier­tos en el Club Unión y en funciones religiosas.
Poco antes de morir, doña Julieta conservaba todavía, bastante de su voz de soprano, aunque, como es lógico, sin los mismos registros del pasado. La alta presión arterial la impedía, sin embargo, dedicarse, incluso en la intimidad de su hogar, a lo que para ella fue, en un momento dado, la gran razón de su vida. Pero guar­daba cuidadosamente en su álbum, como un tesoro, las composiciones poéticas a ella dedicadas por los más destacados escritores de la época de juventud: Juan Bautista Lamarche, Ramón Emilio Jiménez, Federico Bermúdez y Apolinar Perdomo.
En el mes de agosto de 1980, Julieta Otero, la Alon­dra dominicana, entregaba su alma a Dios, muy leja­nos ya los años en que lIegó a ser el ídolo indiscutible de su pueblo.”(2)

1 Germán Ornes. A Julieta Otero. Puerto Plata, República Dominicana. Agosto de 1917
2 María Ugarte, Julieta Otero, la Patti dominicana.Suplemento del periódico El Caribe, 18 de abril de 1998. Página 4. Santo Domingo, República Dominicana

jueves, 29 de septiembre de 2016

Fichas de Identidad. Jeannette Miller. Poemas.1985


Prólogo de Manuel Rueda


Retrato de Jeannette Miller
Por Manuel Rueda


Cuando de ella se trata tenemos que estar precavi­dos. Llega y te sorprende: ojos ansiosos, una sonrisa ligeramente azul, beatífica, como de niña a la que se ha concedido una temprana Primera Comunión; voz algo ronca, cálida y con ribetes agudos, que te atrapa de inmediato en sus modulaciones y por donde empezamos a adivinar que grandes cantidades de la­va subyacen en aquel cuerpecito indefenso y volcá­nico.
Niña-poeta, mujer-niña, pequeñez contráctil que se va desdoblando hasta llenar la casa con sus adema­nes que giran como las aspas furiosas de un molino, y hay un momento en que ella ya no cabe allí, en que ha invadido toda nuestra realidad hasta que la to­talidad de las cosas forma parte de su ser. Y sin embargo, mírenla ovillada en el sillón, como una gata ronro-neante, secreteando en el oído del que escucha sus experiencias inefables.
Lo primero es el nombre exótico, plagado de letras mellizas, enes como senos en descanso, las tes fálicas (también podemos pensar que se disparan a lo alto como dos piernas desnudas); así desde la jota sicalíptica echada sobre el papel con indolencia hasta el Miller remoto, sobrio, paternal, al que debemos llegar con implícita ternura, sin hacer mucho énfasis en ello, porque entonces tendríamos que rasgar los secretos de la noche y del espacio, hurgar en un sentimiento de su uso exclusivo que ella descubre alguna vez en la soledad de su lecho, cuando las lágrimas han dejado de ser algo vergonzante. La añoranza del padre llega a emocionarnos en ver­sos como estos:
y me marcho en mi platillo volador
de stainless Steel
a recorrer el cielo.
En medio de tantas rebeldías encontramos un acento que la salva de la amargura y es lo afectivo, la naturaleza de sus recuerdos, donde los abuelos no abuelos se confunden con los tíos postizos (Juan Francisco Sánchez, Franklin Mieses Burgos), con la fidelidad a los amigos ausentes y hasta podemos decir que aquello que se convierte en blanco de blasfemias conserva para ella una idealidad emo­cionante, como si luchara con un sentimiento de amor y de ternura que amenaza siempre con ven­cerla.
Una rebelde amorosa, eso sería ella si quisiéramos catalogarla en una unidad congruente. Por eso las asperezas y bofetadas que recibimos leyendo sus versos golpean sin herirnos. Podemos protestar, a ratos, sobre tal o cual impudicia (''nunca me ha gustado cepillarme los dientes después de las comi­da”), falta de consideración, atentado contra el equilibrio y las buenas costum-bres, donde la maestra llena de erudición que es ella y la crítica de arte llena de agudeza, caen fulminadas, atravesadas por los proyectiles de su propio lenguaje. Pero esto es desas­tre que se reserva a los lectores desprevenidos; siem­pre habrá al final una transfiguración en el pla­no personal, como si después de cerrado el libro se nos dijera: “peor para ti si me has creído”.
Porque estas Fichas de Identidad son el histo­rial clínico de una curación; representan una catarsisdonde cada bofetada es un llamado al orden, el correctivo a un estallido de histeria.
Casi inmediatamente podemos comprobar que estamos al borde de lo inefable, que el poeta maldito que nos ha mostrado sus garras es una buena lectora de Sara Ibáñez, de Rosario Caste-llanos y de Jaime Sabines, y que en algún balcón próximo a su casa las vampiresas de Hollywood (Ava Gardner, Marilyn Mon-roe) le hacen señas amistosas. Nos sobresaltamos cuando dice por ahí algo tan inconveniente como esto: “soy un ser informe e impotente que dispone sus versos sin creer en ellos”. Pero en otra parte nos tropezamos con el mentís: “me gustaría /  poder morir debajo de una mata inmensa de anacauita /  escribien­do mis versos”.
Aquí los extremos se tocan. No debe suponerse que una de estas posiciones es la falsa y otra la verdadera. Las dos son igualmente válidas, responden en su contradicción a la unidad humana que es la poetisa (perdón por el femenino) tiran cada una por su lado para que al centro permanezca ella victoriosa, salvada del desastre.
Porque Jeannette Miller es muchas cosas, todas auténticas, aunque en estas fichas el énfasis se haya cargado hacia el aspecto furibundo, escondiendo a la muchachita del lazo de organdís que una vez debutara en La Zapatera Prodigiosa y que se movía en la escena con la ingravidez de un pájaro. Pero ahí están las dos, mellizas como las enes, tes y eles de su nombre, la feroz y la dulce, la altisonante y la soñado­ra.
Una cosa es cierta: Jeannette Miller, a la vez que se autoanaliza, desea involucrar con ello a la sociedad en que vive. Más que luchar por cambiar las costum­bres (por supuesto, bien que lo desearía) ella lucha por el conocimiento, porque las gentes se conozcan a sí mismas y sepan que debajo de cada ángel de la guarda hay un demonio programando sus acciones. Ella no cree en esa pureza hecha de fórmulas porque, para decirlo con palabras de Nicolás Guillén, es “la pureza del que se da golpes en el pecho y dice santo, santo, santo, / cuando es un diablo, diablo, diablo”.
Estar en trato constante con ese diablo es el propósito de la autora, por lo que su libro se convier­te en una especie de exorcismo. La literatura domini­cana no había tenido antes tales arrestos de violencia. Aida Cartagena en La Tierra Escrita podría ser el antecedente inmediato de este libro, aunque el tono social le daba a sus poemas connotaciones más dirigidas a un fin colectivo. El libro de Jeannette Miller, en cambio, es una expe-riencia eminentemente personal, anti-poética y anti-prosística, ya que parece escrito con el propósito de que no se la encasille, casi al correr de la pluma, como si con una mirada atrás pudiera sobrevenirle la destrucción.
Documento humano de gran interés para nuestras letras, aquejadas por tanto tiempo de gazmoñería. Con buenas costum-bres solamente no se hacen los versos, como tampoco pueden hacerse con malacrianzas. El poema debe ser, pues, lo más auténtico del hombre. Quedar integrado en él es el objetivo principal del creador. Jeannette Miller es sincera en su obra, pero creemos que sobre esta sinceridad suya aún hay otra más profunda esperando salir a flote, lo que al fin nos traerá las vivencias escondidas de la autora en toda su verdad y esplendor.
Porque su íntima verdad ya se adivina en poemas tan simples y auténticos como este:
“Debajo del día con sol, flores
hojas que se abren
boca que también se abre de hastío,
surco la inmensa plataforma en busca de Dios”

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Un poema de Jhony Almonte

 Las Aguas de la Sabiduría 


 Ya pasó el tiempo del "ta...ta..."

  Atrás quedó aquello de "el bobo es mío". 

  La amada soledad me vio crecer,

  sin la dulzona compañía de Facebook y Whasapp.

  Un millón de libros llaman insistentes a mi puerta,

  mientras las aguas de la sabiduría me acarician.

  Una sorprendente e inesperada cascada de autores y poemas,

  made in Dominican Republic,

  pone a vibrar mi corazón sediento,

  hasta casi estallarlo en mil pedazos.

  De repente

  hace su aparición un hada refulgente,

  poema encarnado,

  y me arenga retadora:

  ¡No temas! 

  ¡Sumérgete!

  ¡Aplaca la sed que te devora

  y entremos victoriosos al Reino de Sophía!


   Jhony Almonte

jueves, 25 de agosto de 2016

Entre la sobrevivencia y el miedo: mujer, literatura, globalización y disidencia.


Por Jeannette Miller

Conferencia magistral pronunciada en el XIII Congreso de Literatura de la AILCFH. 2002.

Por su ubicación geográfica,  en el corazón de las Antillas, República Dominicana  ha gozado de un entorno  paradisíaco, donde la piratería, en todos los órdenes, ha entronizado como leyes “el azar y la violencia”. Terreno ideal para trasiego y trueque, nuestra historia ha estado marcada   por hechos convulsivos. Nos hemos visto obligados a  crecer entre  gobiernos cortos, dictaduras largas,  ciclones, terremotos  y ocupaciones, condicionantes que nos han  hecho como  lo que hoy somos, y que el gran pintor dominicano Eligio Pichardo definió como Sobrevivientes de Barlovento.
Nuestra cultura, muy similar a  las Antillas de habla hispana, Cuba y Puerto Rico, se diferencia de éstas por el alto grado de mezcla racial que se ha llevado a cabo entre negros y blancos. Esta  particularidad ha aportado una serie de variables que se hacen sentir en el área de las simbolizaciones.
La lengua, instrumento básico de la creación literaria y de la cultura,   se ha enriquecido con vocablos, ritmo y significaciones que la singularizan. Hablamos y escribimos  un español dominicano.  
Estas condicionantes han  dado forma a la identidad dominicana, una identidad que desde nuestra declaración de independencia, el 27 de febrero de 1844, ha venido edificándose como sinónimo de dominicanidad. 
Dominicanidad  es un término en permanente definición pautado por la búsqueda de lo que somos; en consecuencia, la dominicanidad no podría  construirse sin el registro de nuestras costumbres, creencias y formas de enfrentar la vida.
Pero como no tener idea de lo que se es, resulta una condición definitoria del hombre globalizado de hoy, la lucha por mantener esa memoria, rescatarla y difundirla, es una lucha de sobrevivencia.
Latinoamérica como diversidad cultural, como caos político y económico, se presenta ante la aldea global como terreno ideal para la diversión y la devastación. Lo típico, un concepto que nos pone en la palestra mundial llenos de colorines, música, ingenuidad y subdesarrollo, nos confirma como un destino atractivo para vacaciones y negocios jugosos; en este orden de ideas, el Caribe, con sus islitas paradisíacas, ron, playas, cocoteros y clima cálido, se destaca como punto prioritario en las agencias de viajes de los países desarrollados a nivel de guías turísticas e internet. Pero, ¿y nosotros?
Nosotros para ellos, somos los ciudadanos de ningún lugar, los mulatos sin historia, los cuerpos cimbreantes, la carne de matadero que disfrutan en un momento y que luego tratan de olvidar con cierto complejo de culpa.
Nosotros para nosotros, somos los "sobrevivientes de Barlovento", los resucitados de los huracanes y los terremotos,  los aprendices del trasiego y  la trampa, los ganadores-perdedores de las revoluciones y los levantamientos, los resultados de mezclas permanentes donde, por lo menos en La Hispaniola, no quedan vestigios indígenas, porque ya, a un Siglo de la conquista fueron exterminados, y donde la negritud, que no admitimos porque todavía se asocia con esclavitud, es un elemento clave en nuestras manifestaciones.
Pescar en mar revuelto, mantener la nebulosa que cubre nuestra verdadera historia, ha sido y es un objetivo de primer orden para los que nos compran y nos venden.  
Nuestras respuestas se enfrentan a un diseño economicista globalizante que persigue borrar las particularidades culturales con fines  de crear un mercado absoluto. En este contexto nuestra situación  es de consumidores pasivos y servidores, en un mercado  donde lo que ofrecemos no tiene cabida, a priori.
Nuestros productos culturales, sólo son aceptados en su versión inofensiva de objetos decorativos y folklóricos, restándose trascendencia o ignorando aquella producción que establece competencia y contradicción. 
Insertos en este proceso de lucha permanente, los escritores y escritoras dominicanos han tejido registros de lo acontecido, permitiéndonos hurgar en nosotros mismos y en nuestro devenir histórico,  y aportando así, respuestas a las eternas preguntas: quiénes somos, de dónde venimos, hacia dónde vamos.
Procesos de independencia, dictaduras, invasiones; mezclas raciales, mulataje, negritud;  ciclones, terremotos, depredación…han ido forjando una identidad abierta y contestataria,  unos seres humanos  creativos que producen alternativas ante situaciones devastadoras.
Esos seres humanos han producido textos que registran, además, una realidad subyacente en que la sublimación de la vida y la muerte, de la  felicidad apenas atisbada se mantiene como filosofía de vida. En la producción de estos textos las mujeres han jugado y juegan un papel preponderante,  pues han sabido utilizar  ese  tono de sensibilidad que las permeabiliza ante la verdad; esa especial capacidad de llegar a conclusiones; ese apabullante sentido de síntesis; ese conocimiento profundo de la realidad
Si echamos un vistazo a nuestra historia literaria vemos que hasta hace poco se resumía un siglo de literatura dominicana hecha por mujeres en cuatro o cinco nombres. Es sólo en los últimos treinta  años cuando se ha ido abriendo el abanico y los nombres ignorados se han presentado al conocimiento de las generaciones actuales.
Y es que ese hombre sometido produce a su vez una sociedad dictatorial o paternalista que anula, pretendiendo ignorar, la participación de la mujer. En este patrón social, el carácter contestatario del oficio literario resulta peligroso    
Basta con que una mujer diga es escritora para que inmediatamente se le catalogue como disidente social. No importa que llene a plenitud la función hogareña y hasta la profesional, desde el punto de vista de la productividad económica.   Inmediatamente esa mujer exige  tiempo para escribir, está subvirtiendo el papel que nuestra sociedad le asigna, haciéndose acreedora de enfoques peyorativos, que  ante todo persiguen culpabilizarla.
En el otro extremo, esa misma sociedad  ofrece apoyo al hombre para que participe en la oferta cultural de manera exitosa. Los hombres dirigen las publicaciones, encabezan las instituciones, forman capillas, se reparten los premios, se empujan a los puestos académicos… y  sólo cuando  el trabajo de una mujer demuestra mayor calidad que la obra media masculina, ésta logra que se le  mencione sin  ubicaciones de género junto a los varones que hacen lo mismo que ella
Pero todos sabemos que los textos hechos por mujeres han jugado un papel preponderante en nuestra literatura.     .
Salomé Ureña fue una de las figuras más importantes del llamado Renacimiento Dominicano que se produce a fines del Siglo XIX, después del afianzamiento de nuestra Independencia. Su poesía, que trató temas patrióticos, históricos y civilistas, es uno de los más altos referentes de la producción de esa época. Fue una de las primeras discípulas de Hostos y  pionera de la educación secundaria para mujeres, sistema en el que aplicó los criterios del positivismo.
Igualmente, el  modernismo dominicano tiene una de sus grandes figuras en Altagracia Saviñón, quien al publicar Mi Vaso Verde en 1903 asegura un lugar permanente en nuestra  literatura. 
Ensayistas como Flérida de Nolasco y Camila Henríquez Ureña ocupan la primera mitad del siglo XX; Nolasco registrando nuestras costumbres y nuestro folklore, Camila Henríquez realizando una obra crítica que importantiza  el papel de la mujer, distinguiéndose además, como una teórica del feminismo.
Dentro del grupo de españoles y judíos que llegaron al país a lo largo de la década de 1940, María Ugarte, periodista, historiadora y crítica de arte,  se convierte en una de las figuras principales en el rescate y registro del  patrimonio arquitectónico colonial. Directora por más de 30 años, del Suplemento Cultural del periódico El Caribe, Ugarte ayudó a la formación de grupos literarios como la Generación del 48, y a movimientos artísticos como Proyecta y Nueva Imagen. 
En 1943 surge el movimiento La Poesía Sorprendida que perseguía una puesta al día con los lenguajes universales y publica una revista con el mismo nombre. Casi al mismo tiempo salen los Cuadernos Dominicanos de Cultura. En estas publicaciones, las más importantes de la época, se dan a conocer los primeros textos de dos grandes nombres de la literatura dominicana: Hilma Contreras y Aída Cartagena.
Los cuentos de Hilma Contreras proponían una hechura moderna  que rompía con el anterior realismo de la tierra.  La escritora presentaba situaciones sustentadas por  un tejido sicológico que a veces tocaba lo surreal e introducía en la literatura dominicana los patrones del existencialismo.  Sus ambientes e imágenes  formaban la nebulosa del cuento, donde rechazo, violencia y  muerte, se vestían de un ropaje cotidiano en que  los detalles  alcanzaban proporciones de tragedia. Otra característica que definía su obra era que las mujeres eran el centro de sus narraciones.
Por su parte, Aída Cartagena sorprendía con una poesía en la que introducía elementos gráficos y coloquiales, logrando textos contemporáneos que comunicaban verdades como la soledad y el rechazo, y que la ubicaron como una de las figuras más relevantes de la Poesía Sorprendida. Poeta, novelista, cuentista, crítica de arte, cineasta, editora, Cartagena formó parte de la vanguardia literaria dominicana hasta su muerte, en 1994.
Después del ajusticiamiento de Trujillo en 1961, la rapidez de los cambios que experimentaba una sociedad en convulsión produjo cuentistas y poetas como Grey Coiscou y Jeannette Miller. Estas escritoras trabajaron los atropellos, las persecuciones y las muertes cotidianas, propias del régimen. Más tarde plasmarían el desencanto producido por la convicción de que toda esa lucha sólo había servido para que la injusticia cambiara de  nombre.
En 1965, y después de la contienda de Abril, surge el grupo de los escritores de Post-Guerra. Entre ellos, Soledad Alvarez incursiona en la poesía y el ensayo. Sus versos de cuidada factura, son los primeros en trabajar el erotismo como eje existencial, dentro de una atmósfera ritual llena de  trascendencia.
En la década de l980 el primer libro de cuentos de Ángela Hernández (Alótropos,1989) causa revuelo. Esta autora también publica poemas y ensayos, pero es su prosa poética la que conmueve, al abordar situaciones comunes entroncadas en un tejido espacio-tiempo que traspasa la inmediatez y se convierte en eje totalizante.  Novelista de éxito, editora, feminista… la obra de Ángela Hernández resulta un referente obligatorio para conocer la literatura dominicana de los últimos veinte años.
Casi al mismo tiempo, Chiqui Vicioso, Martha Rivera, Carmen Sánchez, Ylonka Nacidit, Carmen Imbert, Ligia Minaya, Emilia Pereyra 
y muchas otras más, dan forma a una producción contemporánea que abarca teatro, novela poesía, cuento… demostrando niveles de calidad.
Ellas se enmarcan en un período en que los derechos de la mujer se han establecido y luchan por su lugar  con trabajos que se nutren de la literatura dominicana anterior y de los textos universales que sirven a su concepción estética, creando nuevos referentes que se relacionan con su propia vivencia y con los elementos que definen su época. Todo es posible en estos escritos que echan a un lado el estigma de la “vergüenza femenina” para construir  opciones diferentes.
Es innegable que las escritoras dominicanas han producido muchos de los mejores textos de la literatura nacional y esa producción debe ser objeto de estudio, rescate y difusión. A esto ayuda que la literatura hecha por mujeres se encuentra hoy en su mejor momento puesto que ya existe un mercado para los textos femeninos. Pero ¡ojo!. Cuidado con caer en la trampa de la demanda, que una vez que te envuelve, te pauta, te exige, te manipula. Recordemos que el mercado global tiene su idea de lo que debemos ser: folklor, erotismo, tipicismo  intrascendencia, placer, divertimento; nunca competencia y contradicción. 
No perdamos de vista que, ante todo, escribir es un oficio de soledad, y la hechura del texto,  un proceso de encuentro y liberación.
Los dominicanos hemos vivido en medio de una contienda cultural,  donde el manejo permanente de la crisis nos ha hecho contestatarios.
Erotismo, religión, rechazo a las nuevas formas de agresión, indefensión social,   bestiarios,  tratamientos orgánicos y sensualistas,  mezclas de lo culto y lo popular, imágenes mutantes mezclando los mitos grecolatinos con las creencias africanas, personajes de la nueva cultura televisiva, testimonios de  las condiciones de vida de los más necesitados, cotidianidad política, alienación propagandística, injusticia social y sometimiento de la mujer… son las   alternativas que hoy nos ponen a pensar, que nos permiten dudar y por lo tanto nos ayudan a entrar  al acto reflexivo  de la libertad.
Esa libertad es la única opción que nos permite existir y permanecer, enriqueciendo y afirmando la memoria cultural de nuestra nación
Las escritoras de hoy encabezamos esas respuestas.
Las escritoras dominicanas somos sobrevivientes de la sobrevivencia. Focos de luz en medio de una noche inmensa de agresiones y sometimientos. Hemos mantenido la memoria a golpe de zarpazos. Nos hemos enfrentado al exterminio, defendiendo lo que somos. Hemos salido vivas de las tumbas que nos cavaron desde siempre. Y aquí estamos.