jueves, 25 de agosto de 2016

Entre la sobrevivencia y el miedo: mujer, literatura, globalización y disidencia.


Por Jeannette Miller

Conferencia magistral pronunciada en el XIII Congreso de Literatura de la AILCFH. 2002.

Por su ubicación geográfica,  en el corazón de las Antillas, República Dominicana  ha gozado de un entorno  paradisíaco, donde la piratería, en todos los órdenes, ha entronizado como leyes “el azar y la violencia”. Terreno ideal para trasiego y trueque, nuestra historia ha estado marcada   por hechos convulsivos. Nos hemos visto obligados a  crecer entre  gobiernos cortos, dictaduras largas,  ciclones, terremotos  y ocupaciones, condicionantes que nos han  hecho como  lo que hoy somos, y que el gran pintor dominicano Eligio Pichardo definió como Sobrevivientes de Barlovento.
Nuestra cultura, muy similar a  las Antillas de habla hispana, Cuba y Puerto Rico, se diferencia de éstas por el alto grado de mezcla racial que se ha llevado a cabo entre negros y blancos. Esta  particularidad ha aportado una serie de variables que se hacen sentir en el área de las simbolizaciones.
La lengua, instrumento básico de la creación literaria y de la cultura,   se ha enriquecido con vocablos, ritmo y significaciones que la singularizan. Hablamos y escribimos  un español dominicano.  
Estas condicionantes han  dado forma a la identidad dominicana, una identidad que desde nuestra declaración de independencia, el 27 de febrero de 1844, ha venido edificándose como sinónimo de dominicanidad. 
Dominicanidad  es un término en permanente definición pautado por la búsqueda de lo que somos; en consecuencia, la dominicanidad no podría  construirse sin el registro de nuestras costumbres, creencias y formas de enfrentar la vida.
Pero como no tener idea de lo que se es, resulta una condición definitoria del hombre globalizado de hoy, la lucha por mantener esa memoria, rescatarla y difundirla, es una lucha de sobrevivencia.
Latinoamérica como diversidad cultural, como caos político y económico, se presenta ante la aldea global como terreno ideal para la diversión y la devastación. Lo típico, un concepto que nos pone en la palestra mundial llenos de colorines, música, ingenuidad y subdesarrollo, nos confirma como un destino atractivo para vacaciones y negocios jugosos; en este orden de ideas, el Caribe, con sus islitas paradisíacas, ron, playas, cocoteros y clima cálido, se destaca como punto prioritario en las agencias de viajes de los países desarrollados a nivel de guías turísticas e internet. Pero, ¿y nosotros?
Nosotros para ellos, somos los ciudadanos de ningún lugar, los mulatos sin historia, los cuerpos cimbreantes, la carne de matadero que disfrutan en un momento y que luego tratan de olvidar con cierto complejo de culpa.
Nosotros para nosotros, somos los "sobrevivientes de Barlovento", los resucitados de los huracanes y los terremotos,  los aprendices del trasiego y  la trampa, los ganadores-perdedores de las revoluciones y los levantamientos, los resultados de mezclas permanentes donde, por lo menos en La Hispaniola, no quedan vestigios indígenas, porque ya, a un Siglo de la conquista fueron exterminados, y donde la negritud, que no admitimos porque todavía se asocia con esclavitud, es un elemento clave en nuestras manifestaciones.
Pescar en mar revuelto, mantener la nebulosa que cubre nuestra verdadera historia, ha sido y es un objetivo de primer orden para los que nos compran y nos venden.  
Nuestras respuestas se enfrentan a un diseño economicista globalizante que persigue borrar las particularidades culturales con fines  de crear un mercado absoluto. En este contexto nuestra situación  es de consumidores pasivos y servidores, en un mercado  donde lo que ofrecemos no tiene cabida, a priori.
Nuestros productos culturales, sólo son aceptados en su versión inofensiva de objetos decorativos y folklóricos, restándose trascendencia o ignorando aquella producción que establece competencia y contradicción. 
Insertos en este proceso de lucha permanente, los escritores y escritoras dominicanos han tejido registros de lo acontecido, permitiéndonos hurgar en nosotros mismos y en nuestro devenir histórico,  y aportando así, respuestas a las eternas preguntas: quiénes somos, de dónde venimos, hacia dónde vamos.
Procesos de independencia, dictaduras, invasiones; mezclas raciales, mulataje, negritud;  ciclones, terremotos, depredación…han ido forjando una identidad abierta y contestataria,  unos seres humanos  creativos que producen alternativas ante situaciones devastadoras.
Esos seres humanos han producido textos que registran, además, una realidad subyacente en que la sublimación de la vida y la muerte, de la  felicidad apenas atisbada se mantiene como filosofía de vida. En la producción de estos textos las mujeres han jugado y juegan un papel preponderante,  pues han sabido utilizar  ese  tono de sensibilidad que las permeabiliza ante la verdad; esa especial capacidad de llegar a conclusiones; ese apabullante sentido de síntesis; ese conocimiento profundo de la realidad
Si echamos un vistazo a nuestra historia literaria vemos que hasta hace poco se resumía un siglo de literatura dominicana hecha por mujeres en cuatro o cinco nombres. Es sólo en los últimos treinta  años cuando se ha ido abriendo el abanico y los nombres ignorados se han presentado al conocimiento de las generaciones actuales.
Y es que ese hombre sometido produce a su vez una sociedad dictatorial o paternalista que anula, pretendiendo ignorar, la participación de la mujer. En este patrón social, el carácter contestatario del oficio literario resulta peligroso    
Basta con que una mujer diga es escritora para que inmediatamente se le catalogue como disidente social. No importa que llene a plenitud la función hogareña y hasta la profesional, desde el punto de vista de la productividad económica.   Inmediatamente esa mujer exige  tiempo para escribir, está subvirtiendo el papel que nuestra sociedad le asigna, haciéndose acreedora de enfoques peyorativos, que  ante todo persiguen culpabilizarla.
En el otro extremo, esa misma sociedad  ofrece apoyo al hombre para que participe en la oferta cultural de manera exitosa. Los hombres dirigen las publicaciones, encabezan las instituciones, forman capillas, se reparten los premios, se empujan a los puestos académicos… y  sólo cuando  el trabajo de una mujer demuestra mayor calidad que la obra media masculina, ésta logra que se le  mencione sin  ubicaciones de género junto a los varones que hacen lo mismo que ella
Pero todos sabemos que los textos hechos por mujeres han jugado un papel preponderante en nuestra literatura.     .
Salomé Ureña fue una de las figuras más importantes del llamado Renacimiento Dominicano que se produce a fines del Siglo XIX, después del afianzamiento de nuestra Independencia. Su poesía, que trató temas patrióticos, históricos y civilistas, es uno de los más altos referentes de la producción de esa época. Fue una de las primeras discípulas de Hostos y  pionera de la educación secundaria para mujeres, sistema en el que aplicó los criterios del positivismo.
Igualmente, el  modernismo dominicano tiene una de sus grandes figuras en Altagracia Saviñón, quien al publicar Mi Vaso Verde en 1903 asegura un lugar permanente en nuestra  literatura. 
Ensayistas como Flérida de Nolasco y Camila Henríquez Ureña ocupan la primera mitad del siglo XX; Nolasco registrando nuestras costumbres y nuestro folklore, Camila Henríquez realizando una obra crítica que importantiza  el papel de la mujer, distinguiéndose además, como una teórica del feminismo.
Dentro del grupo de españoles y judíos que llegaron al país a lo largo de la década de 1940, María Ugarte, periodista, historiadora y crítica de arte,  se convierte en una de las figuras principales en el rescate y registro del  patrimonio arquitectónico colonial. Directora por más de 30 años, del Suplemento Cultural del periódico El Caribe, Ugarte ayudó a la formación de grupos literarios como la Generación del 48, y a movimientos artísticos como Proyecta y Nueva Imagen. 
En 1943 surge el movimiento La Poesía Sorprendida que perseguía una puesta al día con los lenguajes universales y publica una revista con el mismo nombre. Casi al mismo tiempo salen los Cuadernos Dominicanos de Cultura. En estas publicaciones, las más importantes de la época, se dan a conocer los primeros textos de dos grandes nombres de la literatura dominicana: Hilma Contreras y Aída Cartagena.
Los cuentos de Hilma Contreras proponían una hechura moderna  que rompía con el anterior realismo de la tierra.  La escritora presentaba situaciones sustentadas por  un tejido sicológico que a veces tocaba lo surreal e introducía en la literatura dominicana los patrones del existencialismo.  Sus ambientes e imágenes  formaban la nebulosa del cuento, donde rechazo, violencia y  muerte, se vestían de un ropaje cotidiano en que  los detalles  alcanzaban proporciones de tragedia. Otra característica que definía su obra era que las mujeres eran el centro de sus narraciones.
Por su parte, Aída Cartagena sorprendía con una poesía en la que introducía elementos gráficos y coloquiales, logrando textos contemporáneos que comunicaban verdades como la soledad y el rechazo, y que la ubicaron como una de las figuras más relevantes de la Poesía Sorprendida. Poeta, novelista, cuentista, crítica de arte, cineasta, editora, Cartagena formó parte de la vanguardia literaria dominicana hasta su muerte, en 1994.
Después del ajusticiamiento de Trujillo en 1961, la rapidez de los cambios que experimentaba una sociedad en convulsión produjo cuentistas y poetas como Grey Coiscou y Jeannette Miller. Estas escritoras trabajaron los atropellos, las persecuciones y las muertes cotidianas, propias del régimen. Más tarde plasmarían el desencanto producido por la convicción de que toda esa lucha sólo había servido para que la injusticia cambiara de  nombre.
En 1965, y después de la contienda de Abril, surge el grupo de los escritores de Post-Guerra. Entre ellos, Soledad Alvarez incursiona en la poesía y el ensayo. Sus versos de cuidada factura, son los primeros en trabajar el erotismo como eje existencial, dentro de una atmósfera ritual llena de  trascendencia.
En la década de l980 el primer libro de cuentos de Ángela Hernández (Alótropos,1989) causa revuelo. Esta autora también publica poemas y ensayos, pero es su prosa poética la que conmueve, al abordar situaciones comunes entroncadas en un tejido espacio-tiempo que traspasa la inmediatez y se convierte en eje totalizante.  Novelista de éxito, editora, feminista… la obra de Ángela Hernández resulta un referente obligatorio para conocer la literatura dominicana de los últimos veinte años.
Casi al mismo tiempo, Chiqui Vicioso, Martha Rivera, Carmen Sánchez, Ylonka Nacidit, Carmen Imbert, Ligia Minaya, Emilia Pereyra 
y muchas otras más, dan forma a una producción contemporánea que abarca teatro, novela poesía, cuento… demostrando niveles de calidad.
Ellas se enmarcan en un período en que los derechos de la mujer se han establecido y luchan por su lugar  con trabajos que se nutren de la literatura dominicana anterior y de los textos universales que sirven a su concepción estética, creando nuevos referentes que se relacionan con su propia vivencia y con los elementos que definen su época. Todo es posible en estos escritos que echan a un lado el estigma de la “vergüenza femenina” para construir  opciones diferentes.
Es innegable que las escritoras dominicanas han producido muchos de los mejores textos de la literatura nacional y esa producción debe ser objeto de estudio, rescate y difusión. A esto ayuda que la literatura hecha por mujeres se encuentra hoy en su mejor momento puesto que ya existe un mercado para los textos femeninos. Pero ¡ojo!. Cuidado con caer en la trampa de la demanda, que una vez que te envuelve, te pauta, te exige, te manipula. Recordemos que el mercado global tiene su idea de lo que debemos ser: folklor, erotismo, tipicismo  intrascendencia, placer, divertimento; nunca competencia y contradicción. 
No perdamos de vista que, ante todo, escribir es un oficio de soledad, y la hechura del texto,  un proceso de encuentro y liberación.
Los dominicanos hemos vivido en medio de una contienda cultural,  donde el manejo permanente de la crisis nos ha hecho contestatarios.
Erotismo, religión, rechazo a las nuevas formas de agresión, indefensión social,   bestiarios,  tratamientos orgánicos y sensualistas,  mezclas de lo culto y lo popular, imágenes mutantes mezclando los mitos grecolatinos con las creencias africanas, personajes de la nueva cultura televisiva, testimonios de  las condiciones de vida de los más necesitados, cotidianidad política, alienación propagandística, injusticia social y sometimiento de la mujer… son las   alternativas que hoy nos ponen a pensar, que nos permiten dudar y por lo tanto nos ayudan a entrar  al acto reflexivo  de la libertad.
Esa libertad es la única opción que nos permite existir y permanecer, enriqueciendo y afirmando la memoria cultural de nuestra nación
Las escritoras de hoy encabezamos esas respuestas.
Las escritoras dominicanas somos sobrevivientes de la sobrevivencia. Focos de luz en medio de una noche inmensa de agresiones y sometimientos. Hemos mantenido la memoria a golpe de zarpazos. Nos hemos enfrentado al exterminio, defendiendo lo que somos. Hemos salido vivas de las tumbas que nos cavaron desde siempre. Y aquí estamos.



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