Por Jeannette Miller
Conferencia magistral pronunciada en el XIII Congreso de Literatura de la AILCFH. 2002.
Por su
ubicación geográfica, en el
corazón de las Antillas, República Dominicana ha gozado de un entorno paradisíaco, donde la piratería, en todos los órdenes, ha
entronizado como leyes “el azar y la violencia”. Terreno ideal para trasiego y trueque, nuestra historia ha estado
marcada por hechos
convulsivos. Nos hemos visto obligados a
crecer entre gobiernos
cortos, dictaduras largas,
ciclones, terremotos y
ocupaciones, condicionantes que nos han
hecho como lo que hoy
somos, y que el gran pintor dominicano Eligio Pichardo definió como
Sobrevivientes de Barlovento.
Nuestra
cultura, muy similar a las
Antillas de habla hispana, Cuba y Puerto Rico, se diferencia de éstas por el
alto grado de mezcla racial que se ha llevado a cabo entre negros y blancos.
Esta particularidad ha aportado una serie de variables que se
hacen sentir en el área de las simbolizaciones.
La
lengua, instrumento básico de la creación literaria y de la cultura, se ha enriquecido con vocablos,
ritmo y significaciones que la singularizan. Hablamos y escribimos un español dominicano.
Estas condicionantes han dado forma a la identidad dominicana, una
identidad que desde nuestra declaración de independencia, el 27 de febrero de
1844, ha venido edificándose como sinónimo de dominicanidad.
Dominicanidad
es un término en permanente definición pautado por la búsqueda de lo que
somos; en consecuencia, la dominicanidad no podría construirse sin el registro de nuestras costumbres,
creencias y formas de enfrentar la vida.
Pero como no tener idea de lo que se es, resulta una
condición definitoria del hombre globalizado de hoy, la lucha por mantener esa
memoria, rescatarla y difundirla, es una lucha de sobrevivencia.
Latinoamérica como diversidad cultural, como caos
político y económico, se presenta ante la aldea global como terreno ideal para la
diversión y la devastación. Lo típico, un concepto que nos pone en la palestra
mundial llenos de colorines, música, ingenuidad y subdesarrollo, nos confirma
como un destino atractivo para vacaciones y negocios jugosos; en este orden de
ideas, el Caribe, con sus islitas paradisíacas, ron, playas, cocoteros y clima
cálido, se destaca como punto prioritario en las agencias de viajes de los
países desarrollados a nivel de guías turísticas e internet. Pero, ¿y nosotros?
Nosotros para ellos,
somos los ciudadanos de ningún lugar, los mulatos sin historia, los cuerpos
cimbreantes, la carne de matadero que disfrutan en un momento y que luego
tratan de olvidar con cierto complejo de culpa.
Nosotros para
nosotros, somos los "sobrevivientes de Barlovento", los resucitados
de los huracanes y los terremotos,
los aprendices del trasiego y
la trampa, los ganadores-perdedores de las revoluciones y los
levantamientos, los resultados de mezclas permanentes donde, por lo menos en La
Hispaniola, no quedan vestigios indígenas, porque ya, a un Siglo de la
conquista fueron exterminados, y donde la negritud, que no admitimos porque
todavía se asocia con esclavitud, es un elemento clave en nuestras
manifestaciones.
Pescar en mar
revuelto, mantener la nebulosa que cubre nuestra verdadera historia, ha sido y
es un objetivo de primer orden para los que nos compran y nos venden.
Nuestras respuestas se enfrentan a un
diseño economicista globalizante que persigue borrar las particularidades
culturales con fines de crear un
mercado absoluto. En este contexto nuestra situación es de consumidores pasivos y servidores, en un mercado donde lo que ofrecemos no tiene cabida,
a priori.
Nuestros productos culturales, sólo son
aceptados en su versión inofensiva de objetos decorativos y folklóricos,
restándose trascendencia o ignorando aquella producción que establece
competencia y contradicción.
Insertos en este proceso de lucha permanente, los
escritores y escritoras dominicanos han tejido registros de lo acontecido,
permitiéndonos hurgar en nosotros mismos y en nuestro devenir histórico, y aportando así, respuestas a las
eternas preguntas: quiénes somos, de dónde venimos, hacia dónde vamos.
Procesos de independencia, dictaduras, invasiones;
mezclas raciales, mulataje, negritud;
ciclones, terremotos, depredación…han ido forjando una identidad abierta
y contestataria, unos seres
humanos creativos que producen
alternativas ante situaciones devastadoras.
Esos seres humanos han producido textos que registran,
además, una realidad subyacente en que la sublimación de la vida y la muerte, de la felicidad apenas atisbada se mantiene como filosofía de
vida. En la producción de estos textos las mujeres han jugado y juegan un papel
preponderante, pues han sabido
utilizar ese tono de sensibilidad que las
permeabiliza ante la verdad; esa especial capacidad de llegar a conclusiones;
ese apabullante sentido de síntesis; ese conocimiento profundo de la realidad
Si echamos un vistazo a nuestra historia literaria
vemos que hasta hace poco se resumía un siglo de literatura dominicana hecha
por mujeres en cuatro o cinco nombres. Es sólo en los últimos treinta años cuando se ha ido abriendo el
abanico y los nombres ignorados se han presentado al conocimiento de las
generaciones actuales.
Y es que ese hombre sometido produce a su vez una
sociedad dictatorial o paternalista que anula, pretendiendo ignorar, la
participación de la mujer. En este patrón social, el carácter contestatario del
oficio literario resulta peligroso
Basta con que una mujer diga es escritora
para que inmediatamente se le catalogue como disidente social. No importa que
llene a plenitud la función hogareña y hasta la profesional, desde el punto de
vista de la productividad económica. Inmediatamente esa mujer exige tiempo para escribir, está subvirtiendo
el papel que nuestra sociedad le asigna, haciéndose acreedora de enfoques
peyorativos, que ante todo
persiguen culpabilizarla.
En el otro extremo, esa misma
sociedad ofrece apoyo al hombre
para que participe en la oferta cultural de manera exitosa. Los hombres dirigen
las publicaciones, encabezan las instituciones, forman capillas, se reparten
los premios, se empujan a los puestos académicos… y sólo cuando el
trabajo de una mujer demuestra mayor calidad que la obra media masculina, ésta
logra que se le mencione sin ubicaciones de género junto a los
varones que hacen lo mismo que ella
Pero todos sabemos que los textos hechos
por mujeres han jugado un papel preponderante en nuestra literatura. .
Salomé Ureña fue una de las figuras más
importantes del llamado Renacimiento Dominicano que se produce a fines
del Siglo XIX, después del afianzamiento de nuestra Independencia. Su poesía,
que trató temas patrióticos, históricos y civilistas, es uno de los más altos
referentes de la producción de esa época. Fue una de las primeras discípulas de
Hostos y pionera de la educación
secundaria para mujeres, sistema en el que aplicó los criterios del
positivismo.
Igualmente, el
modernismo dominicano tiene una de sus grandes figuras en Altagracia
Saviñón, quien al publicar Mi Vaso Verde en 1903 asegura un lugar permanente en
nuestra literatura.
Ensayistas como Flérida de Nolasco y Camila Henríquez
Ureña ocupan la primera mitad del siglo XX; Nolasco registrando nuestras
costumbres y nuestro folklore, Camila Henríquez realizando una obra crítica que
importantiza el papel de la mujer,
distinguiéndose además, como una teórica del feminismo.
Dentro del grupo de españoles y judíos que llegaron al
país a lo largo de la década de 1940, María Ugarte, periodista, historiadora y
crítica de arte, se convierte en
una de las figuras principales en el rescate y registro del patrimonio arquitectónico colonial. Directora
por más de 30 años, del Suplemento Cultural del periódico El Caribe, Ugarte
ayudó a la formación de grupos literarios como la Generación del 48, y a
movimientos artísticos como Proyecta y Nueva Imagen.
En 1943 surge el movimiento La Poesía Sorprendida que
perseguía una puesta al día con los lenguajes universales y publica una revista
con el mismo nombre. Casi al mismo tiempo salen los Cuadernos Dominicanos de
Cultura. En estas publicaciones, las más importantes de la época, se dan a
conocer los primeros textos de dos grandes nombres de la literatura dominicana:
Hilma Contreras y Aída Cartagena.
Los cuentos de Hilma Contreras proponían una hechura moderna
que rompía con el anterior realismo de la tierra. La escritora presentaba situaciones
sustentadas por un tejido
sicológico que a veces tocaba lo surreal e introducía en la literatura
dominicana los patrones del existencialismo. Sus ambientes e imágenes formaban la nebulosa del cuento, donde rechazo, violencia y muerte, se vestían de un ropaje
cotidiano en que los detalles alcanzaban proporciones de tragedia.
Otra característica que definía su obra era que las mujeres eran el centro de
sus narraciones.
Por su parte, Aída Cartagena sorprendía
con una poesía en la que introducía elementos gráficos y coloquiales, logrando
textos contemporáneos que comunicaban verdades como la soledad y el rechazo, y
que la ubicaron como una de las figuras más relevantes de la Poesía
Sorprendida. Poeta, novelista, cuentista, crítica de arte, cineasta, editora,
Cartagena formó parte de la vanguardia literaria dominicana hasta su muerte, en
1994.
Después del ajusticiamiento de Trujillo en
1961, la rapidez de los cambios que experimentaba una sociedad en convulsión
produjo cuentistas y poetas como Grey Coiscou y Jeannette Miller. Estas
escritoras trabajaron los atropellos, las persecuciones y las muertes
cotidianas, propias del régimen. Más tarde plasmarían el desencanto producido
por la convicción de que toda esa lucha sólo había servido para que la
injusticia cambiara de nombre.
En 1965, y después de la contienda de
Abril, surge el grupo de los escritores de Post-Guerra. Entre ellos, Soledad
Alvarez incursiona en la poesía y el ensayo. Sus versos de cuidada factura, son
los primeros en trabajar el erotismo como eje existencial, dentro de una
atmósfera ritual llena de
trascendencia.
En la década de l980 el primer libro de
cuentos de Ángela Hernández (Alótropos,1989) causa revuelo. Esta autora también
publica poemas y ensayos, pero es su prosa poética la que conmueve, al abordar
situaciones comunes entroncadas en un tejido espacio-tiempo que traspasa la inmediatez
y se convierte en eje totalizante.
Novelista de éxito, editora, feminista… la obra de Ángela Hernández
resulta un referente obligatorio para conocer la literatura dominicana de los
últimos veinte años.
Casi al mismo tiempo, Chiqui Vicioso, Martha
Rivera, Carmen Sánchez, Ylonka Nacidit, Carmen Imbert, Ligia Minaya, Emilia
Pereyra
y muchas otras más, dan forma a una
producción contemporánea que abarca teatro, novela poesía, cuento… demostrando
niveles de calidad.
Ellas se enmarcan en un período en que los
derechos de la mujer se han establecido y luchan por su lugar con trabajos que se nutren de
la literatura dominicana anterior y de los textos universales que sirven a su
concepción estética, creando nuevos referentes que se relacionan con su propia
vivencia y con los elementos que definen su época. Todo es posible en estos
escritos que echan a un lado el estigma de la “vergüenza femenina” para
construir opciones diferentes.
Es innegable que las escritoras dominicanas han
producido muchos de los mejores textos de la literatura nacional y esa
producción debe ser objeto de estudio, rescate y difusión. A esto ayuda que la
literatura hecha por mujeres se encuentra hoy en su mejor momento puesto que ya
existe un mercado para los textos femeninos. Pero ¡ojo!. Cuidado con caer en la
trampa de la demanda, que una vez que te envuelve, te pauta, te exige, te
manipula. Recordemos que el mercado global tiene su idea de lo que debemos ser:
folklor, erotismo, tipicismo intrascendencia, placer, divertimento; nunca competencia y
contradicción.
No perdamos de vista que, ante todo, escribir
es un oficio de soledad, y la hechura del texto, un proceso de encuentro y liberación.
Los dominicanos hemos vivido en medio de
una contienda cultural, donde el
manejo permanente de la crisis nos ha hecho contestatarios.
Erotismo, religión, rechazo a las nuevas formas de
agresión, indefensión social,
bestiarios, tratamientos
orgánicos y sensualistas, mezclas
de lo culto y lo popular, imágenes mutantes mezclando los mitos grecolatinos
con las creencias africanas, personajes de la nueva cultura televisiva,
testimonios de las condiciones de
vida de los más necesitados, cotidianidad política, alienación propagandística,
injusticia social y sometimiento de la mujer… son las alternativas que hoy nos ponen a pensar,
que nos permiten dudar y por lo tanto nos ayudan a entrar al acto reflexivo de la libertad.
Esa libertad es la única opción que nos
permite existir y permanecer, enriqueciendo y afirmando la memoria cultural de
nuestra nación
Las escritoras de hoy encabezamos esas respuestas.
Las escritoras dominicanas somos
sobrevivientes de la sobrevivencia. Focos de luz en medio de una noche inmensa
de agresiones y sometimientos. Hemos mantenido la memoria a golpe de zarpazos.
Nos hemos enfrentado al exterminio, defendiendo lo que somos. Hemos salido
vivas de las tumbas que nos cavaron desde siempre. Y aquí estamos.